En la actualidad existen dos conceptos diferentes sobre el miedo, que corresponden a las dos grandes teorías psicológicas que tenemos: el conductismo y la psicología profunda. Según el pensamiento conductista, el miedo es algo aprendido. En el modelo de la psicología profunda el miedo existente corresponde a un conflicto básico inconsciente y no resuelto (el miedo a morir, el instinto de supervivencia), al que hace referencia.
Amenaza, miedo, represalia en nombre de bien superior, ha sido la forma de dominación en la Tierra. Y sigue siendo, porque cuando el verso de la libertad y la democracia ya no sirven mientras se masacran pueblos, al octogenario presidente “demócrata” estadounidense se le da por amenazarnos de que si no nos portamos bien, puede llegar la guerra atómica.
Pero todos sabemos que el miedo político es instrumento del poder y los dirigentes usan amenazas reales o potenciales para garantizar el control social. El miedo nunca se agota como dispositivo de poder pues el ser humano necesita la seguridad de no sentirse en riesgo.
No hay nada más efectivo que someter a la sociedad a un estado de miedo permanente para conducirlo fácilmente a los “santuarios” que el mismo sistema les ofrece como refugio, que en definitiva es replegarse en sus casas para rumiar silenciosamente sus miedos, sin salir a protestar ni a manifestarse para evitar calamidades.
Y entonces el homo medroso busca diversiones escapistas en la televisión o los videos, el cine o la literatura de consumo masivo, mientras se traga sin digerir lo que dicen los medios informativos que anuncian nuevos temores que acechan a la población local, regional, nacional y por qué no mundial, y venden el abrigo de ciertos templos de salvación.
El miedo es epidémico, pica y se extiende. Miedo a lo nuevo, miedo al diferente, miedo al cambio climático… Muchos se juntan a través de los chats de las redes sociales y comparten sus miedos, para no sentirse arrinconados sólo por sus propios miedos sino por los del resto del círculo con un efecto exponencialmente espantoso.
Cada uno tiene la posibilidad de tener su propio miedo, que ostenta hasta con orgullo, porque saben que ese miedo es lo que les permite vivir y se parte de la Orden de Veneración al Temor.
Los medios de comunicación se desnaturalizaron, abandonaron su función informativa e ingresaron a ser parte del engranaje del ejercicio del poder, donde su papel de eje desordenador de las subjetividades colectivas, siembra angustia, miedo y terror, y criminaliza los que piensan diferente.
Los programas y lenguaje (escrito, visual y oral) de los medios de comunicación son diseñados para producir miedo –y a la vez desalojar cualquier esperanza- y construyen en el imaginario social la idea de un enemigo oculto que vulnera la seguridad personal y pone en riesgo el patrimonio familiar, de ahí que angustia, miedo y temor son tres escenarios que articulan la nueva estrategia de los grupos de poder –incluyendo el Estado- para estar presente en el subconsciente colectivo de los ciudadanos.
Provocan incertidumbre con el miedo y temor que son respuestas específicas ante una amenaza interna o externa percibida por el sujeto de manera perenne y se convierte en un efecto crónico al percibirse como un estado permanente en la vida cotidiana, no sólo de los afectados directamente sino por los que conviven y son parte del segmento social donde se inscribe el sujeto.
Hoy, los medios sutilmente remplazan en gran medida al agente coercitivo y priorizan la represión ideológica en esta nueva versión de la Guerra de Baja Intensidad, donde todos nos sentimos amenazados sin ser parte de los problemas que divulgan.