“La felicidad se alcanza cuando lo que uno piensa, lo que uno dice y lo que uno hace están en armonía” – Gandhi
Creo firmemente que la felicidad es el resultado en la forma en que actuamos y enfocamos la vida. Pase lo que pase en mi vida, intento buscar el lado positivo de las cosas. Con esfuerzo, claro está, nadie dijo que fuera algo sencillo desterrar pensamientos derrotistas que limitan nuestras vidas.
Para eso, analizo lo mejor posible lo ocurrido y enseguida doy los pasos necesarios para tomar distancia de situaciones tóxicas, eligiendo perdonar o perdonarme si así fuera necesario. Porque la persona que por encima de todo se respeta, se valora y se quiere con un sano amor propio, se sabe y se siente merecedora de la abundancia y la plenitud.
Después, continúo con mi propósito de vida, pues creo que hay que darle un sentido y significado a nuestra existencia: sea servir a los demás, desarrollar el lado espiritual de la vida o lo que sea, con tal de dirigirte hacia a aquel destino que te llena.
Y es en ese lugar donde saboreas cada instante de tu vida, estés donde estés, hagas lo que hagas, porque estás plenamente conectado con el presente: desayunando enfrente de mi ventana viendo las montañas con un café recién hecho o viendo como duerme cálidamente mi hijo en su habitación o acariciando a mi dulce perrita, ya muy mayorcita, mientras veo con mis padres una película o concentrado en mi mesa diseñando un programa de bienestar 3.0 para una organización (Ortega y Gasset mantenía que la felicidad que sentimos es directamente proporcional a la cantidad de tiempo que pasamos ocupados en actividades que absorben completamente nuestra atención y nos agradan) o escribir con una taza de té a mi lado, como tanto me gusta… porque, como decía Lao Tzu: “Si estás deprimido, estás viviendo en el pasado. Si estás ansioso, estás viviendo en el futuro. Si estás en paz, estás viviendo el presente”.
Doy las gracias por sentirme plenamente presente en esos pequeños momentos que me dan ese ingrediente indispensable para la felicidad: la alegría de vivir.
Así que, mi felicidad en el mundo no depende del destino ni de los demás, sino de mí mismo, de esa fuerza que es mi propia voluntad, que como también os pasa a vosotr@s, nos hace enfrentarnos a todas las adversidades. Cuando experimentamos que la fuerza aumenta en nosotros y nos sentimos con mucha vitalidad, cuando comprobamos que hemos superado aquello que nos oprimía, es cuando verdaderamente somos felices.
“La felicidad es como una mariposa, cuanto más la persigues, más te eludirá. Pero si vuelves tu atención a otras cosas, vendrá y suavemente se posará en tu hombro” – Henry David Thoreau