Modificar al ser humano para que se adecúe a un planeta deteriorado

El transhumanismo promueve modificar al ser humano con edición genética, implantes cerebrales… nos dicen que para mejorarnos, pero no es así, hay que tener cuidado porque puede haber cambios que se vuelvan irreversibles. Si editamos la línea germinal afectará a nuestra descendencia.
¿Tiene sentido aspirar a una eliminación casi completa de la vulnerabilidad para convertirnos en individuos aislados y autosuficientes; con un físico y una mente portentosas, pero ensimismados?

Damos por hecho que la mejora constante del ser humano implica la mejora de la sociedad, y no es así. Podemos vivir más años y ser más listos, pero atrapados en una sociedad poco atractiva donde se hayan perdido los lazos de la solidaridad y la empatía. Los hikikomori, en Japón, esos jóvenes encerrados en su habitación e hiperconectados, son un aviso.

 No se trata de demonizar a la ciencia y la técnica. La humanidad ya no puede sobrevivir sin ellas. Pero hay que encauzarlas para que no invadan aspectos de la vida que no les corresponden. Hace falta una reflexión sobre cómo el progreso técnico está afectando a los procesos de decisión en las sociedades democráticas. Y viceversa, cómo las democracias deberían tener más influencia sobre lo que se investiga. En Estados Unidos, el 60 por ciento de la investigación biomédica es privada. La pagan las empresas. Y no está claro que sus intereses coincidan con los de los ciudadanos.

El día que manipulemos el código genético y tengamos descendientes a la carta se iniciará una distinción social que cristalizará en biológica. Y eso sí que puede ser bastante distópico. Porque esas diferencias genéticas conducirán a formas de vida, y características físicas y mentales, muy distintas. ¿Sería una especie de apartheid genético? Las clases sociales se convertirán en clases biológicas. Y las élites serán inamovibles. No solo tendrán el dinero, sino que esos privilegiados serán más longevos, inteligentes y sanos. Ninguna clase política se atreverá a legislar contra ellos. Y legislar con valentía es algo que resulta cada vez más urgente. Seguramente habría que empezar por dividir las grandes empresas tecnológicas, dado el poder que han adquirido.

El discurso transhumanista le viene bien a estas élites. Dicen que es un proyecto del que todos nos vamos a beneficiar. Se ve en el tema medioambiental. Ellos confían en que el desarrollo tecnológico solucione la papeleta. Pero no van al origen del problema. Pretenden que modifiquemos al ser humano para que se adecúe mejor a un planeta deteriorado. O que reduzcamos su tamaño. Humanos más pequeños consumirán menos recursos. Eso ya lo han planteado. En el fondo, es un discurso reaccionario. En lugar de cambiar nuestra manera de producir y consumir, se nos propone que cambiemos biológicamente para resistir mejor en un mundo tóxico y pobre.

¿Sálvese quien pueda? Las elites ya se han fugado. Le dicen al resto de la población: «Tranquilos, también vosotros tendréis vuestra oportunidad». Mientras tanto, han dimitido de crear una sociedad mejor. Y se han buscado sus propios refugios a los que escapar.

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