La mediocridad de la ciencia: incorrecta y poco sólida

“Tenemos que darnos cuenta de que la ciencia es en realidad un arma de doble filo. Una parte de la espada podría cortar la pobreza, la maldad, la enfermedad y traernos más democracias y democracias nunca entran en guerra con otras democracias, pero el otro lado de la espada podría darnos la proliferación nuclear, biogérmenes e incluso las fuerzas de la oscuridad”. Michio Kaku. 

Desde que la ciencia desarrollara un método lógico y racional basado en ensayos y experimentos, los científicos han proclamado su Verdad. Ellos hablan desde los hechos. Todo lo demás queda bajo sospecha. Sin embargo, a día de hoy sabemos que los científicos emplean técnicas literarias, instrumentales y sociales para acreditarse y desacreditar a sus oponentes en su carrera hacia el éxito. Todos sabemos además que en el ámbito de la ciencia se han producido una incontable cantidad de errores a lo largo de la historia. Muchas teorías luego de ser publicadas por los investigadores y aceptadas por gran parte de la comunidad científica luego han sido refutadas por otros científicos. Errores de cálculo, errores en mediciones o teorías desacertadas han producido desastres como en Hiroshima y Nagasaki donde los avances científicos y tecnológicos fueron mal empleados cometiendo el grave error de atentar contra la vida del ser humano.

Claude Bernard, un científico francés del siglo XIX considerado como el padre de la fisiología moderna, señalaba: “Cuando se propone una teoría general científica, de lo que se puede estar seguro es de que, en sentido estricto, tal teoría seguramente está equivocada. Se trata de una verdad parcial y provisional, necesaria […] para llevar la investigación adelante; tal teoría solo representa el estado actual de nuestra comprensión y debería ir siendo modificada por el crecimiento de la ciencia […]”.

Esto es contrario a lo que la mayoría de las personas cree. Piensan que la ciencia puede brindar una prueba definitiva y que todo lo que descubra la ciencia debe ser considerado como una verdad absoluta irrefutable. Aunque existen procedimientos, reglas y métodos para probar hechos y demostrar evidencias, no existe un solo método científico, universalmente aceptado y eterno, como tampoco unas verdades que progresivamente son desveladas en el tiempo.  Lo que se daba por sentado o incluso por probado a lo largo de la historia ha sido refutado, olvidado, parcial o completamente alterado y corregido. En última instancia, y por definición, todo lo que creemos saber, avanzar y entender en el campo de la ciencia es incorrecto. Porque está mal, simplemente, o porque es insuficiente e incompleto. Porque una teoría posterior englobará y digerirá cualquier idea, o porque un descubrimiento posterior desmoronará la lógica de cualquier hipótesis. Todo lo que se avanza o descubre en ciencia será sobrepasado; todo lo que creemos saber sobre el universo es menos de lo que el universo es.

En ese sentido toda la ciencia es un error. Y así es como debe ser, porque lo contrario sería detenerla en seco, parar su avance, impedir su desarrollo. A lo más que puede aspirar quien se dedica a la ciencia es a cometer errores.

Desde la sociología de la ciencia podemos concluir que hay una sobredeterminación teórica de los experimentos y una construcción social de los hechos, no de la ciencia. La sociología hoy expone que la confianza pública hacia la ciencia ha descendido en los últimos tiempos a causa de algunas noticias contradictorias, como por ejemplo la confusión que rodea a la investigación sobre el cambio climático. Eso por no hablar de los fraudes científicos, como el cometido por el sur coreano Hwang Woo-suk, condenado por falsear una investigación sobre clonación de embriones humanos. Y es que los hechos no son lo que eran, nunca lo fueron, pues cuesta discriminar completamente entre hechos probados, teorías, marcos interpretativos, opiniones, conocimientos tácitos e intereses. Por ejemplo, desde la actual pandemia,¿ las evidencias a día de hoy son firmes? no todos los virólogos piensan ni dicen exactamente lo mismo. Hay consensos generalizados y dudas razonables. Unos científicos dicen que mascarillas sí. Otros no. Algunos predijeron un futuro catastrófico sobre el virus (que no llegó a cumplirse, claro está). Ni ellos mismos se aclaran. Hay más dudas que certezas¿El resultado? La tormenta perfecta para que brote la confusión. Como el famoso estudio del Imperial College que contabilizaba 7 millones de infectados en España a finales de marzo de 2020 y que, como tantos otros, generó alarmismo, quedó lejos de cumplirse y, por ende, acabó sembrando el caos. Y no es el único caso: el día que un grupo de científicos franceses planteó el efecto protector de la nicotina frente al virus, la hipótesis se viralizó como si de un hallazgo se tratara. O que las vacunas tenían un porcentaje altísimo de efectividad y en cuanto se las han puesto a un 75% de la población comienzan a decir que habrá que reforzar muy posiblemente con una tercera dosis porque no son muy efectivas. ¿Nos tratan como a ratas de laboratorio?

 “Todo el proceso de investigación científica ha quedado expuesto al debate público, desde las hipótesis hasta los resultados. Hasta ahora, lo normal era que de la ciencia solo trascendieran las certezas. Ahora también se están exponiendo las dudas, las controversias y los errores”, reflexiona Gema Revuelta, directora del Centro de Estudios de Ciencia, Comunicación y Sociedad de la Universitat Pompeu Fabra (UPF).

Con la llegada de la pandemia, la supuesta calidad de la ciencia se desvaneció. Los estudios científicos ya no sientan cátedra. Es polémico. La ciencia está en decadencia, la mediocridad domina. Desde sus inicios, la ciencia contemporánea se ha caracterizado por revestirse de una aureola que ha hecho de ella una institución intrínsecamente benéfica, positiva, y quienes se dedican a ella son considerados como personas incapaces de hacer el mal, que viven por el bien y para el bien de la humanidad y no para su beneficio personal ni el de grupo alguno, lejos de ambiciones y bajas pasiones. En cambio, cuando se presenta algún aspecto negativo de esta actividad es visto por lo general como un caso anormal, y con frecuencia llega a ser manejado en un tono sensacionalista. Así, el fraude cometido por el científico coreano que he expuesto antes es expuesto como resultado de su ambición, los intentos de un científico italiano por clonar un ser humano son pura locura, el enriquecimiento de uranio en Irán es otro complot islámico, y los efectos dañinos de un medicamento son la consecuencia de la mercantilización de las compañías farmacéuticas que ya no son como antes, cuando se inventó la maravillosa aspirina… El común denominador es la anormalidad de estos acontecimientos. El resultado de lo anterior es que el progreso queda fuertemente restringido a aquello  que es medido por la ciencia. El fraude científico es mucho más real que aquella que lo reduce a una anomalía. Y es más, es tan difundida que no se conoce con certeza su magnitud, ya que en general, cuando ocurre, es un asunto que se arregla a puertas cerradas. 

William Broad y Nicholas Wade en su trabajo sobre el fraude en la ciencia (de su libro “Traidores de la verdad: fraude y engaño en las salas de la ciencia”), muestran que sus causas residen en la estructura misma del sistema de investigación, en la forma de evaluación, la competencia existente entre laboratorios, la falta de solidez de sus órganos de control interno, de arbitraje, los medios de financiamiento y otros factores más, propios de la ciencia como institución. “Las raíces del fraude –concluyen–, se hallan en el cesto y no en los frutos podridos de cuya existencia el público se entera de vez en vez” (Broad y Wade).

Seamos críticos con la ciencia, mostremos sus límites, sometámosla a la discusión abierta y crítica, y eliminemos toda sacralización si no queremos convertir LA CIENCIA EN UNA NUEVA RELIGIÓN. Las evidencias ni son lo que eran, ni eran lo que hoy nos parece que son. 

Top