Acabo de terminar de leer “Touch. The Science of Hand, Heart and Mind”, del profesor de neurociencia David J. Linden. La conclusión del libro es que la forma en que tocamos a los demás influye directamente en nuestras relaciones personales, sociales y afectivas. Y lo que a mí me ha interesado más es que la forma en que toquemos a los demás nos ayuda enormemente a relacionarnos con ellos, entrando nuestras emociones por los poros de su piel. Puede considerarse como un equivalente táctil del “te entiendo”, “no te preocupes” o “te deseo”. Entonces, ¿cómo acariciar bien?, ¿en qué consiste una caricia agradable?

Los receptores relacionados con el placer tan solo se activan cuando la caricia se realiza a una velocidad lenta y sin presionar demasiado. Es decir, aquellos que suelen corresponderse con las caricias cariñosas. Se encuentran alrededor de los folículos del vello, lo que los permite responder cuando el vello cambia de dirección. Estos receptores relacionados con el placer tan solo se activan cuando la caricia se realiza a una velocidad de 2 centímetros por segundo (es decir, muy lento) y sin presionar demasiado. Además, están diseñados para responder a una temperatura semejante a la de la piel humana. Por el contrario, cuando el roce es mucho más rápido, se activan los receptores que nos señalan la forma o la localización del impacto. Por ejemplo, una caricia en mitad de una discusión puede llegar a ser interpretada como una agresión.

Evidentemente, el efecto no es el mismo si nos acaricia un ser querido o alguien a quien odiamos.  Así parece entonces amigos, que tocar suavemente y lentamente nuestra piel refuerza la construcción de nuestro yo, nuestra propia identidad.

Ahora mismo voy a pedir una caricia, pero de estas, de las de verdad.