La infidelidad está a la orden del día. Seguro que tienes a algún familiar, amigo o compañero de trabajo que ha descubierto o es protagonista de una conducta infiel. O tal vez seas tú… ¿Por qué me has hecho esto? Si yo te quería. ¿Por qué me has engañado? No me merezco lo que has hecho… Estos pensamientos se repiten una y mil veces en el momento que sabemos lo que ha estado ocurriendo. A partir de aquí, comienza una fase donde nuestra pareja (o ya expareja) se convierte para nosotros en lo peor. Es pura rabia.

Lejos de reencuadrar lo que nos ha pasado, llega una segunda fase que se une a nuestra ira no contenida: Comenzamos a sentirnos culpables por habernos engañado. Y esperamos respuestas, que por mucho que las busquemos fuera de nuestro interior no llegaran. Intentamos entender algo que no se puede entender, simplemente ocurrió.

Este espacio puede ser eterno. Y el sufrimiento, inseguridad, desconfianza y falta de autoestima son constantes. Salvo que comiences un proceso de transformación basado en sanar esas heridas emocionales que tanto daño te hacen. Es el momento de pensar con transparencia y coraje la necesidad de perdonarlo. O perdonarte a ti mismo. O ambos… Acepta tu propia responsabilidad en aquello que creas que hirió la relación, sin por ello pensar que la causa de la infidelidad es por tu culpa… Eso no tiene sentido, puesto que aquel que fue infiel tuvo la libre y firme elección de hacerlo o evitarlo. Si no lo hizo, allá él o ella. Eso no te lo lleves tú… Tratar de entrar en un nuevo nivel de comprensión te hará salir de una situación que desde el principio, no te mereces.