Decía Benjamin Franklin que “un optimista ve una oportunidad en toda calamidad; un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad”.

Mi manera de ser optimista es más una necesidad que un deseo, porque para vivir en esta vida incesante e incierta, el optimismo me ayuda a no estar parado, sino que, por el contrario, me apoya a moverme y a tomar una y otra decisión con determinación, perseverando a cada instante.

Opti-Mismo una nueva óptica del ‘mi mismo’

Poco a poco, el futuro que visiono es ilusionador y todo esto me va configurando, día a día, una nueva óptica de mi mismo. Lo denomino Opti-Mismo.
Estas gafas ópticas que llevo por la vida están formadas por mi nivel de pensamiento y emoción frente a las diferentes realidades que observo, que sé mejor que nadie, condicionan mi conducta. ¿A qué me lleva ponerme unas gafas de temor?, ¿o de inseguridad?, ¿o de frustración? A nada de nada. Porque frente a mi vulnerabilidad y hasta fragilidad, el opti-Mismo me ayuda a aceptar lo que soy al mismo tiempo que adaptarme lo mejor posible a lo que las circunstancias que la vida me depara, con la confianza de que el futuro siempre será mejor que el pasado. E incluso adoptando una actitud auto motivante y proactiva, porque esta óptica positiva de mi mismo no depende de mis rasgos de personalidad sino de mi actitud frente a las cosas, combatiendo el “nunca”, el “no puedo”, el “no sé”… y eso, amig@s míos, es diariamente un esfuerzo constante y dedicado, que tiene una alta recompensa: cambiar mi estado de ánimo para estar más feliz y satisfecho conmigo mismo.

Y eso, al menos para mí… no tiene precio.