El fin de semana pasado, la mamá de un compañero de clase de mi hijo me decía que había desapuntado a su hijo de las clases de tenis. Al preguntarle el motivo, me expuso que su hijo no terminaba de adaptarse del todo a las clases y que, además, cada vez tenía menos “feeling” con el profesor.

Esto me hizo reflexionar. En ocasiones, los padres sobreprotegemos a nuestros hijos, ponemos un muro de piedra a su alrededor para evitar que les incomoden o duelan las cosas, por lo que no les enseñamos a gestionar sus propios problemas, sino que lo solucionamos por ellos.

Debemos tener herramientas como padres para enseñar a nuestros hijos a enfrentarse a las situaciones cotidianas de la vida. Por eso, hoy, en la sección “no es país para padres” quiero hablar de la resiliencia, habilidades y capacidades de las personas que nos hacen superar los obstáculos y las adversidades de la vida para transformarlas en un enfoque más positivo.

Buscando recursos sobre este tema, me encontré que The Children’s Hospital of Philadelphia junto con American Academy of Pediatrics han desarrollado una Guía de padres para fomentar la resiliencia en los niños y en los adolescentes: “Dele a su hijo raíces y alas (para volar)”, escrito por el pediatra Kenneth Ginsburg.

Las dos conclusiones del libro se concretan en que, por un lado, nuestros hijos necesitan saber que hay un adulto en su vida que cree en ellos y que los ama incondicionalmente y, por otro, que debemos apoyarles para que desarrollen las habilidades para afrontar sus propios retos y de esta forma ser más felices.

Debemos apoyar a nuestros hijos para que desarrollen habilidades para afrontar sus propios retos y, así, ser más felices

El autor nos expresa cómo enseñarles a manejar una situación de manera eficaz. Normalmente, cuando los padres somos tan protectores, no nos damos cuenta del mensaje que le estamos mandando: “no sabes arreglar tu solo tus situaciones, me necesitas a mí”.

Lejos de eso, creo que es sumamente importante hablar con ellos de valores y comportamientos saludables, ayudarles a centrase en sus cualidades y puntos fuertes y darles la suficiente confianza y seguridad como para permitirles expresar abiertamente sus emociones en momentos difíciles, enseñándoles a abordar los conflictos, reconocerles y valorarles positivamente por aquello que son capaces de hacer y fomentar que reflexionen en cómo solucionar por sí mismos las situaciones.

Esta guía también nos plantea que los niños tienen que aprender a actuar con disciplina, ayudarles a entender que nuestros actos producen consecuencias. Y dichos actos deben reflejarse desde una conducta de afrontamiento positivo de la situación que tengan. Hay que enseñarles a adoptar actitudes positivas para hacer frente a obstáculos.

Ayer mismo, hablando con mi hijo Alejandro, me decía que había visto un perro abandonado en su barrio, al parecer era de un vecino, un anciano que recientemente había fallecido. Y el perro, sin nadie, estaba vagabundeando por las calles.  Sin embargo, sentí que me lo contaba más como una narración que como un sentimiento de lástima. Él también puede contribuir a hacer un mundo mejor, debe saberlo y aprenderlo. Por eso hablé con él.

Se trata de que nuestros hijos entiendan también que pueden contribuir con generosidad a ayudar a aquellos que lo necesitan. Y que tienen el control sobre sus actos y sobre sus propias decisiones. Así tendremos hijos resilientes y más y mejor preparados para las adversidades que tienen y tendrán en el futuro.