Después de un invierno cargado de trabajo, horarios complicados, viajes y demás… ¡llega el verano! ¡Tiempo para todos! Comienzan las larguísimas vacaciones de nuestros hijos. Casi tres meses, desde mi punto de vista, demasiado tiempo, todo un desajuste tanto para ellos como para nosotros.

A uno le da por pensar, ¿qué puedo hacer para que no se aburra? Y claro, como de por sí la pregunta ya es un error, la posible respuesta es aún peor: ¿la opción es no parar con la playstation o la tablet hasta que tengamos ampollas en los dedos? Al revés entonces: debo hacer nuevas y diferentes actividades para que mi hijo tenga continuos estímulos. Nuevamente, otro error en la formulación.

Así que reoriento entonces mi pregunta: ¿es un error pensar que tanto tiempo libre puede aburrir a mi hijo? ¿tengo que intentar que no se aburra? Claro que lo es. Parece que los padres tenemos que evitar a toda costa que se aburran. Y sin embargo, los psicólogos infantiles nos expresan que si estamos encima de ellos, nuestros hijos se convierten en personas caprichosas, dependientes, carentes de imaginación y frustrados en el momento que no cumplimos con sus constantes expectativas.

Me acabo de dar cuenta: no es malo que se aburran, de hecho, no tiene por qué ser un estado improductivo para nuestros hijos. No está mal que autogestionen su tiempo libre. De hecho, cuando mi hijo no recibe atención por mi parte, surge el tan aclamado “me aburro”. Y sin embargo, cuando percibe que no hay estímulo por mi lado: ¡se busca la vida! Comienza a tener actividades más autónomas y creativas. Así que, mira por donde, no está mal que se aburra un poco.

Por otro lado, también me he dado cuenta de que, aunque sea verano, como se vayan al traste los hábitos adquiridos durante el invierno, estoy perdido. Así que, equivocado o no (uno nunca sabe si está haciendo lo correcto con su hijo), he decidido mantener un cierto horario, aunque por supuesto, más flexible. Así, continuamos con algunas actividades que ya hacemos el resto del año: pasear por el campo (nos permite tener un espacio relajado y sin prisa para hablar de ecología, animales, valores…), que me ayude a cocinar, a hacer la compra… Es decir, seguir invirtiendo tiempo en disfrutar de las pequeñas cosas (ver las estrellas por las noches, ir a tomar un helado, jugar al fútbol, pasar tiempo con sus abuelos y tía, o dar una vuelta en el patinete).

También es una época excelente para abrirnos a actividades diferentes, así que aprovechando que estaba firmando uno de mis libros en la pasada Feria del Libro de Madrid, al finalizar le planteé qué libro quería leer este verano. Después de varias opciones, finalmente se decidió por comenzar el primer libro de la saga de Harry Potter. Un buen plan. La rutina es un capítulo diario, y le va gustando cada día más, especialmente después de haber visto la primera película.

Otra de las cosas que estamos haciendo es, lejos de tareas y deberes, seguir recordando el inglés, hablando informalmente, sin previo aviso de que toca hablar en el idioma, más como un juego coloquial, abierto y simpático que otra cosa, en diferentes momentos del día.

El verano ofrece múltiples posibilidades. ¡Hasta el derecho a aburrirnos un poquito!