Marina Keegan (periodista y escritora) murió el 26 de mayo de 2012 en Dennis, Massachussets (EE UU). Tenía 22 años y acababa de graduarse en periodismo en Yale. De hecho, le esperaba un puesto en la prestigiosa revista The New Yorker en junio. Pero el destino quiso que el coche que conducía su novio, Michael Gocksch, se saliera de la carretera. Él no tuvo ni un rasguño. Ella murió en el acto.

En un artículo que escribió poco antes en el periódico de Yale comenta que los mejores años de nuestra vida son el resultado del arrepentimiento. Del debería haber hecho…, del si hubiera hecho…, del ojalá hubiera hecho… Porque el arrepentimiento está ahí. “Somos nuestros peores críticos y siempre nos decepcionamos. Dormimos demasiado. Procrastinamos. Vagueamos. Pero lo que tenemos que recordar es que todavía podemos hacer cualquier cosa. Podemos cambiar de rumbo. Podemos empezar de nuevo. Hacer un máster o empezar a escribir. Nos estamos graduando. Somos tan jóvenes. No podemos, no DEBEMOS perder esta sensación de que todo es posible. Porque, al fin y al cabo, es todo lo que tenemos“.

Es un consejo muy dirigido a la gente de su edad, pero todos podemos aprender de él. O de cómo remacha su columna: “Estamos en esto juntos, 2012. Vamos a hacer que pase algo en el mundo”.

Ella ya no podrá hacerlo nunca. A los que sí podemos, nos queda su legado. Ese texto simple pero poderoso que nos recuerda nuestras obligaciones en la vida: crecer, realizar. Y cambiar el mundo.

 

Fuente: The New York Times / ABC News