Hace un par de semanas me confesó un amigo que había tenido una relación fuera de su matrimonio. Uno y una más. Está a la orden del día. “¿Eres infeliz con tu pareja?” Le pregunté, “¿has dejado de amar a tu chica?”.  “No”, me respondió, “amo a mi pareja. Ni siquiera me planteo dejarla”. Entonces, ¿por qué? “quizás necesitaba algo de aventura o emoción en mi vida”.

Otras personas con las que hablo me expresan que lo hacen simplemente “para escapar de mis problemas”, “por el solo hecho de que estoy aburrido de él”, “porque ella ya no me desea”, etc. Sea por la crisis de los 40, por buscar una relación sexual o por el solo hecho de aumentar nuestro ego, lo cierto es que el peligro tras una infidelidad de separarse definitivamente es altísimo, ya que el sentimiento de traición es insuperable en la mayoría de los casos.

La antropóloga Helen Fisher dice a través de sus estudios que el affaire se comete porque al parecer la pérdida de romanticismo acaba pasando factura en uno u otro. Entra en escena la monotonía y la pasividad. Así que una aventura esporádica es una especie de huida a otros brazos más emocionantes donde el riesgo y la aventura nos provoquen un chispazo en nuestra vida. “Uno está más excitado con todo” me dice mi amigo. “Es el subidón de la dopamina” le argumento, la hormona del placer y la automotivación. Esta hormona nos hace sentir más apasionados y vivos.

Esto mismo es lo que creo que debe ser la solución para evitar la infidelidad: producir una relación de pareja más dopaminada y, por ende, no ir a otras alcobas ajenas a la nuestra. Esto es volver a recuperar la relación a través de mejorar el diálogo entre ambos y con nuevas emociones, mediante actividades conjuntas que recuperen la pasión: una cena romántica o una simple flor nos sacan de la cotidianeidad. Y como no, ábrete a renovar nuevas experiencias placenteras para aumentar significativamente la actividad sexual de ambos.

¿Quieres un truco? No lo hay, solo intenta conocer lo que le gusta y da placer a tu pareja y viceversa.